Carla, valenciana de 16 años, bebe cuando sale para “aguantar más” de fiesta y estar “más desinhibida”; Marta, de 15, porque “se ríe más” y no está “tan seria”; Alicia, de 17, asegura que “la timidez desaparece”. Todas empezaron entre los 13 y los 14 y, aunque el alcohol en la adolescencia lleva una clara tendencia a la baja desde hace tres décadas, sigue estando tan normalizado como que el 74% de los que tienen entre 14 y 18 ha bebido alguna vez y más de la mitad lo ha hecho en el último mes. Varios estudios que se han presentado esta semana en el Congreso de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) en Oporto han arrojado más luz a esta realidad. Y algunos han sorprendido a los investigadores: varios parámetros apuntan a que el mayor nivel de estudios o socioeconómico de las familias se ha correlacionado con más consumo y desde más jóvenes.
Una de las investigaciones, basada en la encuesta Estudes que Sanidad realiza cada dos años entre adolescentes de secundaria, abordó la precocidad en el consumo. Dividió a los consumidores tempranos (por debajo de los 14, que es la edad media de inicio) y los más tardíos (mayores de 14). Entre los que beben, el 70% se inicia con menos de 14, las chicas consumen antes y más cantidad. Este estudio arroja que en los hogares con padres con estudios superiores, el consumo suele ser más precoz y que los chicos que beben desde muy jóvenes faltan más a clase, pero repiten menos curso. A falta de profundizar más en las causas, el profesor de Salud Pública en la Universidad Complutense de Madrid Luis Sordo, que presentó el trabajo, cree que esto se puede deber a una normalización de la bebida: “Da la impresión de que es de raros no beber”.
El inicio temprano es especialmente preocupante por las consecuencias sobre la salud que tiene el alcohol en esas etapas: el cerebro de los adolescentes es especialmente vulnerable a los efectos del alcohol y numerosos estudios han demostrado la asociación entre consumo y daño cerebral. Además, entre los que empiezan antes a beber hay mayor consumo de todas las demás drogas (excepto tranquilizantes), según la investigación de Sordo y sus colaboradores, que tiene la misma limitación que todos los datos que se basan en Estudes: solo mide la población escolarizada y deja fuera a la que no lo está.
“En este universo, da la sensación de que existe un entorno más permisivo con el uso precoz entre progenitores con estudios universitarios. Existe una normalización: no conozco padres que dejen de pedir una cerveza porque los niños están delante y sí que fuman en secreto”, apunta Sordo.
En el caso de Carla, la valenciana de 16, son sus propios padres los que le compran el alcohol a menudo. “Bebemos sobre todo Licor 43 y Red Label, y chupitos de cassalla [anís] o Jäger”. Explica que ella fue de las primeras en empezar a beber en su grupo de amigos y fue introduciendo al resto. Sobre todo lo hacían en casas con amigos y ahora, cada vez más, saliendo de fiesta, y más en verano que en invierno. Paula (nombre ficticio), también de 16 años, vive en la provincia de Burgos: “Yo empecé a beber tarde, fue en cuarto de la ESO, con 15 años o así. Cuando bebes realmente no piensas en los riesgos. Aunque, pillarte un coma es lo que más teme la gente. Creo que a largo plazo te puede afectar beber, pero como no ves cambios en el presente, ya no haces nada para pararlo. Además, ves que hay mucha gente que lleva bebiendo toda su vida y no se les ve afectados. Entonces, dices, pues por qué no”.
Cuando los chavales llegan a la universidad, el consumo también crece y es significativamente mayor que en los que no acceden a estudios superiores, según otra investigación que está realizando Lorena Botella Juan, investigadora predoctoral en el Área de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad de León. Según su análisis, consumen más y de forma más intensiva. Sobre todo hay muchas diferencias entre los patrones de consumo de atracones, que en el último mes es de un 50% entre universitarios, frente al 25% de los que no lo son.
Por lo que se sabe de la bibliografía científica, Botella Juan considera que estas diferencias se deben sobre todo a que la universidad supone un momento idóneo para el inicio en estas sustancias. “Debido al gran bombardeo de publicidad de fiestas universitarias y descuentos, entran en un ambiente en el que tienen que socializar, con gente que no conocen, y esto se une a menudo a la salida del domicilio familiar… a lo mejor los jóvenes de población general que no son universitarios ya tienen esos ambientes creados, muchos son trabajadores y tienen otras dinámicas de socialización. En la universidad se promueven mucho los patrones intensivos”, señala.
Una tercera investigación, todavía en curso, presentada por Irene Martín Turrero, investigadora predoctoral de la Universidad de Alcalá, ha estudiado los puntos de venta de alcohol en torno a 55 centros educativos de Madrid. “Aunque los resultados son todavía preliminares, estamos viendo que, pese a que en los de los barrios de nivel socioeconómico más bajo hay mayor exposición al alcohol, es decir, más puntos de venta, no se está traduciendo en mayor consumo; son los chicos de los barrios altos los que más beben. Parece que puede tener que ver la variable del mayor nivel de estudios de los padres”, señala.
Esto está en consonancia con los resultados de otro estudio realizado en la Cataluña central, que correlaciona mayores niveles de consumo de alcohol y otras drogas con mayor nivel socioeconómico. “Seguramente tiene que ver con que son sustancias caras que se pueden permitir chavales con mayor poder adquisitivo”, hipotetiza Albert Espelt, investigador de la Universidad de Vic.
¿Por qué beben los adolescentes?
Además de las investigaciones cuantitativas, en el congreso de la SEE, al que EL PAÍS ha acudido invitado por la organización, se han presentado otras que indagaban en los porqués y el cómo. Las principales razones para consumir alcohol coinciden con las que expresaban los adolescentes citados al principio de este reportaje. “La diversión es el principal motivo”, explica Sheila Ares, que lo ha estudiado en Santiago de Compostela. “Buscan popularidad, encajar en grupo, aprobación de los iguales. A diferencia de lo que dice la literatura, ellos afirman no estar condicionados por los influencers y las redes sociales, aunque puede ser que consideren que no, cuando en realidad sí lo están”, añade.
Eva, de 17 años y residente en Tenerife, asegura que el alcohol le sube el estado de ánimo: “Hacemos una compra común en establecimientos en los que nunca nos piden la documentación, o alguien lo compra y le damos el dinero. Al perder la vergüenza me siento más confiada para hablar con gente que no conozco y, en muchas ocasiones, he hecho muchos amigos que ahora mismo son de los más cercanos que tengo”.
Además del ocio y el placer, beber está asociado con “hacerse mayor”, dice Lucía Martínez-Manrique, de la Asociación Madrileña de Salud Pública. Ha presentado un estudio cualitativo sobre las cuestiones de género y el consumo de alcohol en adolescentes en el que ha detectado un triple riesgo ante el consumo en las chicas: mayor vulnerabilidad fisiológica (la bebida les afecta más), mayor estigma y mayor vulnerabilidad relacional, que tiene que ver con el acoso y las relaciones sexuales.
Una de las chicas que participó, de 15 años, lo explicaba así: “Las mujeres de mi entorno tienen un consumo más responsable por una cuestión de seguridad. ¿Qué puede pasar si pierdo el control y un tío viene a hacerme algo? Cuando se habla de género es otra movida el asunto, ellos no tienen que preocuparse por si viene un tío por detrás a hacerles cualquier cosa, o si les gritan o tocan por la calle”.
A pesar de ello, hay un aumento en el consumo por parte de las chicas y la brecha de género que solía haber se está estrechando o, a menudo, invirtiendo, según Martínez-Manrique. “Algunas aseguran querer beber más para agradar a chicos y para ser como ellos, romper con los estereotipos”.
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