Profesores al límite: “He dejado la docencia porque estoy quemada” | Educación

La profesora Margalida Llompart, en Palma de Mallorca.
La profesora Margalida Llompart, en Palma de Mallorca.FRANCISCO UBILLA

“Ya está: abandono la docencia”. Así anunciaba Esther Villardón, de 35 años, que deja la profesión de maestra después de una década dando clase de inglés en una carta escrita a este diario. Cuando hace siete años aterrizó en un instituto público, se encontró con una falta de apoyo de la dirección ante situaciones de acoso. “Una alumna amenazó a una profesora con que le iba a rajar las ruedas del coche, pero el centro le quitó hierro y lo justificó diciendo que lo hacía por llamar la atención”, explica. Entonces Villardón era tutora de un grupo de alumnos con necesidades especiales. Eran unos veinte en el aula y “cada uno tenía un problema bastante serio”. “Pedí ayuda, pero en dirección estaban tan saturados que me las tuve que apañar yo sola, incluso con padres gritándome por teléfono”, abunda. Para rematarlo, tenía un par de alumnos que llegaron sin conocer la lengua y que estaban en clase “mirando sin entender nada”. “Esos alumnos están condenados al ostracismo y a mí me frustraba un montón”, remata. La docente admite haberse “quemado” y decidió abandonar.

El caso de esta profesora madrileña refleja una tendencia de desgaste y colapso entre los docentes que está provocando bajas por ansiedad, dimisiones de directores o incluso abandono de la profesión. La carga de responsabilidad, la pérdida de respeto, los cambios legislativos o la dificultad de gestionar la diversidad en las aulas son algunos de los factores que explican este malestar.

Algunos estudios han empezado a poner cifras a esta problemática. El 40% de los docentes reconoce haber sufrido ansiedad, depresión o agotamiento físico y mental, según el informe El profesorado en España 2023, impulsado por Educo. El estudio, realizado a partir de encuestas a 600 profesores, también recoge una importante caída en la vocación: si en 2007 el 93% se mostraba ilusionado de su profesión, a pesar de los problemas, en 2023 la cifra se hunde prácticamente a la mitad (48%).

En la cifra del 40% de docentes que admiten sufrir ansiedad también coincide el Barómetro Internacional de la Salud y del Bienestar del Personal de la Educación, publicado esta semana. Se trata de un informe internacional coordinado por la Red Educación y Solidaridad, realizado en 11 países de diferentes continentes, y que en España ha contado con 3.000 entrevistas realizadas entre febrero y junio de este año. El Barómetro revela que el 25% de encuestados ha sido víctima —y el 44%, testigo— de un episodio de violencia (sea física, moral o de ciberacoso). Asimismo, el 65% de docentes españoles considera su trabajo “bastante” o “muy estresante”, y el 84% cree que su profesión no se valora en la sociedad. Con todo, la satisfacción con la profesión es alta y casi el 75%, si pudiera elegir, volvería a ser docente. O lo que es lo mismo, uno de cada cuatro profesores no repetiría.

“Tengo muchos compañeros que dejarían la profesión, pero no lo hacen por motivos económicos o porque no encuentran alternativa”, asegura Margalida Llompart, profesora de Matemáticas, quien, tras 23 años de carrera, ha tirado la toalla, al menos temporalmente. “Me gusta dar clases, pero lo he dejado porque estoy quemada y los centros cada vez están peor”, resume esta docente mallorquina, que tras las primeras semanas del curso actual decidió abandonar. Su descontento con el sistema empezó hace unos seis o siete años. “Veía que los alumnos llegaban cada vez con un nivel más bajo y tienes que hacer más trabajo con ellos y con las familias para que se esfuercen y valoren las Matemáticas”, lamenta. “Pero es muy difícil, llegan con pocos hábitos de aprendizaje”, dice. Llompart considera que las nuevas metodologías de enseñanza implantadas por la Lomloe “no ayudan”. “La ley ataca la libertad de cátedra porque impone unas metodologías que no favorecen el aprendizaje de las Matemáticas”, protesta.

Esther Villardón, profesora que ha dejado la docencia, en Madrid.
Esther Villardón, profesora que ha dejado la docencia, en Madrid. Santi Burgos

El inicio de este curso no fue bueno para esta docente. “Los alumnos venían peor que nunca y veía que perdía mucho tiempo con burocracia y planeando unas situaciones de aprendizaje que no les ayudarían, o en disfrazarlas para después aplicar el método que yo creo que es útil, pero eso era saltarse la ley. Me encontraba en la disyuntiva de cumplir la ley y que los alumnos no aprendan, o no cumplir la ley”. Llompart asegura que se sintió “frustrada” e incluso tuvo un ataque de ansiedad. Al final, le salió la oportunidad de ocupar un puesto en la Administración y dejó la docencia hace una semana. “Lo he dejado por ética profesional y por coherencia personal, porque no puedo enseñar a los alumnos para que lleguen al nivel que se necesita. Si hubiera continuado hubiera acabado de baja por ansiedad”, remata.

Esa es la situación en la que se encuentra Manel. Con 21 años de experiencia como profesor de Música en infantil y primaria, le afectó ver que su materia “es poco valorada, porque se asocia a fiestas y postureo”, así como el bajo nivel de los alumnos. “Hace 10 años entré en un colegio y me empecé a dar cuenta de que los niños no entendían lo que les explicaba, había muchas dificultades lectoras y de comprensión, tuve que hacer materiales especiales para ellos”, lamenta. Manel también critica las nuevas pedagogías y considera que hay una “mala gestión de los recursos materiales y humanos”. “Me siento impotente porque creo que mi trabajo es enseñar, pero no puedo hacerlo”, remacha.

Àngel Guirado, psicólogo especialista en educación y presidente del Colegio de Psicólogos de Girona, apunta a que el malestar docente se debe a un cúmulo de factores, empezando por la naturaleza de esa profesión. “La educación es una de las profesiones más inciertas porque enseñas y educas, pero los resultados se verán de aquí 10 o 15 años”. Tampoco ayudan los cambios constantes de legislación “especialmente por personas que no han pisado las aulas y lo hacen por temas políticos, eso no da estabilidad ni confianza a los profesores”, añade.

Pérdida de prestigio

Uno de los motivos clave es la pérdida de prestigio de la figura del profesor. “Antes se criticaba a los docentes porque tenían muchas vacaciones. Ahora se critica todo, desde los criterios de evaluación a los métodos pedagógicos. Hay la sensación de que la escuela es criticable”, tercia Guirado. En la misma línea insiste Joan Cumeras, miembro de la Junta Central de directores de Cataluña. “Hace años, la palabra del profesor tenía credibilidad, pero ahora todo se pone en duda. Y como hay una sobreprotección de los hijos, se cree antes lo que explican los niños que el profesor. Antes todos teníamos un profesor que nos marcó en la escuela, pero ahora encontrar esto es más difícil porque se ha perdido este respeto. Además, las noticias que aparecen sobre educación son negativas, así que se degrada la imagen social”. Cumeras añade que esta pérdida de prestigio ha abierto la veda a que se produzcan agresiones verbales, pero también físicas de alumnos hacia profesores.

También genera angustia entre los docentes el hecho de sentirse impotentes a la hora de gestionar la diversidad de las aulas y el creciente número de trastornos que presentan los alumnos. “La diversidad ha aumentado a una velocidad superior a la capacidad de adaptación del sistema y de los profesores. ¿Y cómo gestionas estas situaciones nuevas con los mismos recursos de hace 10 años?”, cuestiona el psicólogo. “Los tutores tienen que hacer de profesores, pero también deben detectar si un alumno tiene un problema alimentario o una angustia, y si no lo hace, todavía se lo reprochan, y nosotros no somos ni terapeutas ni psicólogos”, deplora Cumeras. Rosa Rocha, presidenta de la Asociación de Directores de Institutos Públicos de Madrid (Adimad), lo ve diferente y considera que el aumento de la diversidad “es una riqueza” para el sistema. “La ley ha cambiado, es muy garantista para el alumnado y eso mejora el sistema, pero complica la tarea docente”, asevera.

A esto se añade que a los docentes, y a la escuela, se les apunta como responsables de muchos conflictos sociales. “Cualquier problema que haya —como la lengua, las violaciones o la violencia— se quiere arreglar desde la escuela, cuando la raíz está en la educación que reciben los niños de las familias o las redes sociales. Tenemos que solucionarlo todo, cuando en muchos casos los padres hacen dejadez de funciones y piensan que la escuela ya les enseñará hábitos de comida, de comportamiento…”, comenta Cumeras. Los docentes echan de menos que se ponga atención sobre esta problemática. “Se habla mucho del malestar de los alumnos, pero no nos podemos olvidar de los docentes”, reclama.

Directores ahogados por la burocracia

Los directores de centro también sufren su peculiar penitencia, con el añadido de un volumen de burocracia que deben gestionar. “Hacemos informes constantemente y se nos piden indicadores por cualquier cosa. Hay mucha demanda de datos por parte de la Administración”, resalta Joan Cumeras, representante de las direcciones en Cataluña.

En el caso de Toni Álvarez, el problema fue “la sensación de abandono y menosprecio con la Administración” la que lo llevó a dejar en junio el cargo de director en una escuela de la provincia de Tarragona para dedicarse, simplemente, a ejercer de docente. “Ves en el aula que faltan manos y tienes pocos recursos. Pero cuando pides algo, te dicen que no hay dinero y que hagas lo que puedas. Te encuentras solo y tienes que hacer malabares, pero a costa del desgaste”, deplora. El director asegura que la pandemia “fue el acabose”. “Tuvimos que aguantando cambios continuos protocolos e inseguridad jurídica. Tenías sensación de hacer como podías”. Ello, sumado a la gran dedicación que supone el cargo —7 días y 24 horas, recibiendo mensajes y solucionando temas fuera de horas—, Álvarez asegura que ha acabado “cansado, agotado, y tocado”.

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